viernes, 3 de abril de 2009

GRAN TORINO - Luis García Orso, S.J.

GRAN TORINO
Luis García Orso, S.J.

¿Qué sabe uno en realidad de la vida y de la muerte, de la culpa y el perdón, del dolor y la salvación? El viudo Kowalski se lo pregunta irónico al joven sacerdote de 27 años, recién ordenado, que preside la misa del funeral de la esposa. Si por su poca experiencia parecería que el sacerdote poco sabe, más allá de lo aprendido en la teología, tampoco uno alcanza a ver mucho en el viejo Walt Kowalski: con cara de pocos amigos, cuestionador de costumbres modernas, interpelante, casi grosero, solo y amargado, y que además pasa el tiempo bebiendo cerveza en la entrada de su casa, hablando sólo con su perra, y despotricando de forma racista de sus vecinos de la etnia Hmong venidos del sudeste asiático. El viejo Walt observa con desprecio cómo el vecindario donde siempre ha vivido en Detroit se ha ido degradando con la llegada de inmigrantes orientales y de pandillas de jóvenes latinos, afro-americanos y asiáticos.
El viejo Kowlaski vive descontento del presente, preocupado del futuro y atado a un pasado que vivió feliz con su esposa y en que peleó en la guerra de Corea de principios de los cincuentas. De esta historia suya están presentes hasta ahora un rifle M1 que usó en la guerra, la medalla que ganó por matar soldados norcoreanos y un carro Gran Torino 1972, de la misma empresa Ford en que él trabajo por treinta años. Los espectadores habremos de no perder de vista en la película la fuerte carga simbólica de estos tres objetos.

A sus 78 años de edad, con una impresionante madurez personal y cinematográfica, Clint Eastwood dirige y actúa Gran Torino, y nos ofrece su muy personal respuesta a las preguntas fundamentales planteadas al inicio, al narrarnos un momento en la historia de este viejo Kowalski. Y las respuestas sólo podrán venir de la misma experiencia de la realidad vivida, sufrida, enfrentada: con unos violentos y prepotentes jóvenes pandilleros, con las familias Hmong que lo desarman con su generosidad y convivencia, con el tímido jovencito Thao que no sabe cómo trabajar y cómo luchar por él mismo, con unos hijos casados que sólo lo buscan para lucrar alguna ganancia para ellos. En el cruce de estos personajes y de estas vidas, Kowalski tendrá que responder con los valores en que cree, pero también enfrentarse a la maldad y violencia del tiempo actual, a los demonios del pasado, a las culpas de la guerra, a la preocupación de un futuro sin esperanza para las nuevas generaciones, a la defensa de la dignidad pisoteada y ultrajada, y a su propia vida que va llegando al final.

Con un guión muy sencillo y casi obvio, Eastwood deja transparentar la simplicidad y la hondura que traen consigo la madurez, y evoca en el protagonista de Gran Torino una síntesis de los mejores personajes en su carrera cinematográfica: la fuerza justiciera de Harry el Sucio (1971), el veterano de la guerra de Corea en Thunderbolt and Lightfoot, (1974), el siempre amenazante Josey Wales (El fugitivo Josey Wales, 1976), Harry Callahan en un Ford Torino en The Enforcer (1976), el misterioso desconocido que defiende a los débiles en The Pale Rider (El jinete pálido,1985), el pistolero retirado que sale a vengar a una mujer ultrajada en The Unforgiven (Los imperdonables, 1992), el boxeador retirado que es retado en sus convicciones por una novata en Million Dollar Baby (Golpes del destino, 2004), y hasta se atreve Clint Eatwood a cantar la melodía final de la película como lo hiciera por primera vez en 1969 en Paint your Wagon (La leyenda de la ciudad sin nombre). Pero además, Eastwood recrea de algún modo el último papel del legendario John Wayne en The Shootist (El último pistolero, de Don Siegel, 1976), y rinde homenaje a un género tan querido y tan clásico en el cine como el western. Quizás el maestro Eastwood nos empieza ya a dejar su testamento espiritual y cinematográfico.

Con una explícita ambientación en la fe católica, Gran Torino se convierte en una parábola cinematográfica sobre el mal, la culpa y la redención. Obviamente está en el trasfondo la figura de Jesús, el Hijo de Dios, para enseñarnos con su vida cómo enfrentar estás realidades últimas de la existencia. Pero lo impresionante en la historia de Gran Torino es cómo el viejo renegado Walt Kowalski puede convertirse en figura del buen samaritano, del padre misericordioso, y del Cordero de Dios que se entrega para redimir a los oprimidos por el Mal. Cuando termina la película reconocemos que el espíritu de la redención lo alcanza todo.


Luis García Orso, S.J.
México, Abril 2 de 2009